Palabra de Dios
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        Palabra es la expresión externa de la idea, por oral o por escrito. En la cultura occidental la palabra es un sonido con significación. En la cultura oriental, la palabra es el sonido que es soporte de la idea y queda latente como de forma real y física incluso cuando el tiempo pasa.
   Ese estilo oriental se advierte en la Escritura Sagrada cuando se habla sin más de la palabra: la de un patriarca, la de un profeta, la de un señor. (Is. 34.16; Salm. 33.6; Prov 1.23). La palabra, buena o mala, bendición o maldición, permanece y es eficaz. Porque las palabras no son sonidos, sino deseos, espíritus, mensajes duraderos. Así con las pala­bras de Jacob (Gen. 27. 35-37), de Moisés (Deut. 32 y 33), de Jo­sué (6.26).
    En ese sentido hay que entender la Palabra de Dios, que no es la Escritura Sagrada, sino que produce la Escritura y en ella se contiene. La Palabra de Dios es su Espíritu y así se identifica con frecuencia en la Biblia.  Esto es lo que late detrás de textos como "La Palabra, el Verbo, el Logos... se hizo carne" (Jn. 1.14)
   Para entender el trasfondo que late en la "Palabra de Dios" hay que superar el significado meramente sonoro del término. Entonces se podrá atender y entender los dos centenares de veces en que se alude en el Nuevo Testamento a la "palabra": la de Dios, la de Jesús, la que pronunciaron los profetas, la que se hizo carne.
    En esos textos insistentes y persisten­tes del decir divino, hay una referencia misteriosa a lo que es "sustancialmente" la palabra: "la que existía desde el principio, que estaba con Dios y que era Dios" (Jn. 1.1); "la que es recibida por el hombre." (Mt. 13. 20), la que produce diferentes frutos según el terreno el que cae (Mt. 13. 20.23).   (Ver Bíblico. Vocabulario 2)